Otro año de
impunidad, de explotación y sobre-explotación, de pérdida de los derechos
fundamentales de las clases trabajadoras, logrados a través de la acumulación
de fuerzas mediante mil luchas en los siglos XIX y XX, desde la sumatoria de
parlamentarios, alcaldes y regidores, hasta las experiencias subversivas,
pasando por huelgas, tomas de fábricas y de tierras para labrar y poblar, paros
generales y mucha construcción de orgánica popular, concientización y formación
en la teoría revolucionaria y en la práctica ejemplar de los pueblos que
vencieron al capitalismo.
Hablar
hoy del 11 de septiembre no puede ser un pedazo de papel digno del muro de los
lamentos, no puede asociarse al lloro y a la impotencia.
Para
nosotr«s,
el 11 de septiembre es la fecha en que se recuerda a los caídos en el proceso
revolucionario, antes, durante y después del golpe de 1973. Es una fecha de
memoria para muchos deudos, pero también es el momento en que debemos pensar
por qué hubo un golpe dado por los militares y organizado hábilmente por el
gran capital transnacional y nacional, con sus aliados del país: empresarios,
especuladores de la banca y latifundistas (incluidos muchos que hoy buscan
nuestros votos).
Hablar del 11
de septiembre significa poner en el debate de hoy los grandes logros del
proceso del mundo popular y, por supuesto, sus históricas deficiencias. No
sería correcto sólo considerar los errores sin valorar el cómo el mundo popular
en Chile pudo ganar espacios para llegar a dar pasos por un camino que debía
llevar a un régimen socialista de transición a una sociedad sin clases. Tampoco
sería lo correcto, idealizar la conducción que tuvo el movimiento popular, sin
tomar en cuenta que no había condiciones para dar el salto hacia el socialismo
y que no podrían prosperar ni la aventura subversiva de organizaciones menores
ni la burocratización del proceso en manos de tecnócratas y dirigentes de
partidos que apoyaban la misma institucionalidad que se buscaba cambiar.
Pero hay “datos
duros” que considerar: el proceso organizado por las fuerzas mayoritarias de la
izquierda, y apoyado incluso con bastantes reparos, por la izquierda
extralegal, consiguió logros que otra estrategia no hubiera conseguido:
- La
nacionalización del cobre, sin indemnizaciones a las empresas norteamericanas.
Fue el mayor golpe que recibía el gran capital transnacional y su ente de
poder, el imperialismo.
- La
profundización de la reforma agraria, buscando una nueva institucionalidad en
el mundo campesino, abriendo espacios de participación popular donde había
paternalismo reformista. Fue el golpe de gracia al latifundismo.
- La
intervención de la banca, hecho poco conocido, y que permitía evitar el saqueo
“por dentro” de los recursos de millones de trabajadores/as, depositados en el
sistema financiero.
- La
construcción de un área de propiedad social y la intervención de muchas grandes
empresas, primer paso hacia la constitución de un área de economía socialista.
- La opción
del gobierno popular por una política internacional independiente, “no
alineada”, que significaba al menos salirse del campo de influencia del
imperialismo yanki.
- Un gran
intento por establecer un sistema de educación que diese igualdad de
oportunidades a todos los educandos, algo por lo que hoy valerosamente luchan
los jóvenes de este país. La Escuela Nacional Unificada, ENU, fue en el plano
ideológico, una de las iniciativas más atacadas por las derechas.
Todo ello
permitió la dignificación “del pueblo” y ayudó a la organización de éste y la
creación de gérmenes de poder popular.
Las propias
debilidades de la estrategia puesta en práctica, permitieron que el golpe fuese
exitoso: La crueldad de los golpistas es la muestra misma del enorme apoyo que
encontró el proceso entre el mundo popular, cayendo en la defensa de su
gobierno y en la posterior resistencia a la tiranía, los hijos e hijas más
valerosas de los pueblos dignificados y alzados.
Sin
desconocer las debilidades del proceso y de sus líderes, y sin entrar en el
eterno debate entre “reformismo” y “revolución”, hacemos un reconocimiento
desde el campo proletario, a los y las que con Allende a la cabeza, haciendo
mucho o poco, defendieron en primer lugar los intereses de las clases
trabajadoras.
Allende llamó
a “otros hombres” (y mujeres, agreguemos) a superar el momento amargo de la
interrupción del proceso revolucionario a la chilena. Estos nuevos hombres y
mujeres están aquí y ahora, luchando por revertir la derrota de los pueblos;
estuvieron en la juventud popular de los 80, en la Revolución Pingüina ,
en la lucha de los estudiantes y de la nación mapuche de hoy, en los
trabajadores de las minas, de la pesca, de la banca, de los servicios públicos,
de los puertos, de la construcción, etc., en los que derrotan al capitalismo
contaminador. Por eso no es tiempo de seguir llorando.
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